Al sentir el impacto de sus acciones, la tortuga supo que necesitaba ayuda para sobrevivir. Se arrastró hasta la orilla, decidido a encontrar a alguien que pudiera ayudarlo.
Mientras avanzaba a lo largo de la arena, la tortuga se preguntaba si alguna vez encontraría la ayuda que necesitaba. Su mente estaba llena de pensamientos sobre los piratas que acechaban en el mar y la posibilidad de que no pudiera superar la lucha.
A pesar de las probabilidades, la tortuga decidió darse por vencida. Colaboró en pedir ayuda, esperando que alguien escuchara sus gritos y acudiera en su ayuda.
Pasaron las horas y la tortuga se debilitó cada vez más. Justo cuando estaba a punto de perder la esperanza, un grupo de humanos apareció en la orilla. Vieron el caparazón roto de la tortuga y supieron que necesitaba su ayuda.
Con cuidado, levantaron la tortuga y la llevaron a un centro de animales cercano. Allí, los expertos trabajaron incansablemente para reparar su caparazón y recuperar su salud.
Los días se convirtieron en semanas y la tortuga poco a poco recuperó sus fuerzas. Estaba agradecido por la ayuda que había recibido y sabía que no habría podido sobrevivir sin ella.
Finalmente, llegó el día en que la tortuga estaba lista para regresar al mar. Con su caparazón reparado y su cuerpo más fuerte que nunca, regresó al agua, listo para enfrentar cualquier defensa que se le presentara.
A partir de ese día, la tortuga estuvo más decidida que nunca a protegerse de los daños del mar. Sabía que se le había dado una segunda oportunidad y estaba decidido a aprovecharla al máximo.