En el corazón de un enorme vertedero, estaba sentado un cachorrito, solo y asustado. Su piel era escamosa y áspera, y su pelaje estaba enmarañado y sucio. Había sido abandonado por sus dueños y abandonado a su suerte en este desolado. Los días se convirtieron en semanas y el cachorro se volvió más solo y triste. Su principal fuente de alimento eran los restos de comida sucia que encontraba entre la basura.
Tenía frío, hambre y necesitaba urgentemente un amigo. Un día, un equipo de rescatistas llegó al vertedero. Buscaban criaturas que necesitaran cuidados y un nuevo hogar. Mientras se abrían paso entre los montones de escombros, escucharon un leve gemido. Siguieron el sonido y encontraron al pequeño cachorro escondido debajo de un montón de basura.
Estaba temblando y débil, pero cuando vio a los rescatistas, se acercó a ellos con entusiasmo y les besó las manos. Los rescatistas quedaron afectados por la devoción del cachorro y supieron que debían llevárselo con ellos. Lo levantaron con ternura y lo envolvieron en una manta cálida.
Podían sentir su agradecimiento cuando se acurrucó en sus brazos, sintiéndose finalmente seguro y querido. Cuando regresaron al refugio, el cachorro no pudo contener su entusiasmo. Ladró y meneó la cola, contento de estar fuera del vertedero y en compañía de amables humanos.
En el refugio, le dieron al cachorro un baño y una cama cálida para dormir. Tenía mucha comida y bebida y, de forma lenta pero segura, su piel comenzó a sanar y su pelaje se volvió suave y lustroso.
Sabían que habían rescatado una vida y le habían dado una segunda oportunidad a una criatura maravillosa que merecía amor y cuidado.