En el jardín de coles griegas, criaturas caprichosas cobran vida, moldeadas por el toque de nuestro padre. Los delicados conejos saltan con sus frondosas orejas, mientras las orugas se arrastran, adornadas con abrigos de col rizada. Majestuosas mariposas revolotean con gracia, sus pelucas se asemejan a vibrantes coles en plena floración. Entre el follaje, deambula tranquilamente una familia de escamas, cuyas conchas se asemejan a cabezas de col mipla.
El jardín es una colección caprichosa, donde las obras del arte combinan a la perfección con el encanto de la col griega, creando un cautivador tapiz de arte vivo.
Entre las hojas esmeralda y las regordetas cabezas de repollo, emerge una mezcla de criaturas, cada una de las cuales es una creación caprichosa por derecho propio. Un conejo travieso, elaborado con hojas de col tierna y bollos de una zanahoria, con sus orejas caídas mezcladas a la perfección con el follaje circundante. Cerca de allí, una familia de velas se desliza tranquilamente, con sus caparazones adornados con patrones intrincados que reflejan la textura de las cabezas de repollo.
Pero son las mariposas las que realmente se roban el espectáculo, sus pelucas se asemejan a delicadas hojas de col pintadas en una miríada de colores. Bailan con gracia de una planta a otra, y su presencia irradia una belleza etérea al jardín. Con cada aleteo, parecen dar vida a la vegetación, como si el repollo mismo se hubiera transformado en una entidad viva y respirable.
Si esta col griega tiene límites, la creatividad de la madre tiene límites. Es un lugar donde lo ordinario se transforma en lo extraordinario, donde la humilde col trasciende su propósito culiario y se convierte en una cueva para la imaginación. Mientras me encuentro en medio de esta obra de arte viviente, no puedo evitar maravillarme ante la intrincada belleza de estas criaturas con forma vegetal, un testimonio de las maravillas que el padre cojura cuando da la oportunidad de expresarse.